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SANTIAGO 20: JUZGAR LA LEY ES ORGULLO, Dr. Stephen E. Jones


Capítulo 20
Juzgar la Ley es orgullo


La nueva creación del hombre, siendo "Cristo en vosotros", también se caracteriza por la humildad, en lugar de por la justicia propia. Santiago dice en 4: 9 y 10,

9 Afligíos y lamentad y llorar; dejad que vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza.

Esto no es una advertencia para ser miserables y tristes durante toda la vida. Es una referencia a Joel 2: 15-17, donde el profeta dice: "… Llamad a la congregación, santificad la reunión. . .  entre la entrada y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor ...". Aquí se describe el Día de la Expiación y su significado profético -el gran día de arrepentimiento nacional. Santiago lo aplica de manera más personal, sin duda, pero al igual que el libro de Joel, su carta fue dirigida a las doce tribus en su conjunto.

El Día de la Expiación es el día de preparación para la Fiesta de los Tabernáculos, en la que se llevará a cabo el "derramamiento final del Espíritu Santo la lluvia temprana y tardía" (Joel 2:23). Santiago llama a las doce tribus a limpiar sus manos y corazones, para que puedan ser liberados como los profetas previeron.


Humildad

"La humildad es la raíz de toda gracia", dijo A. W. Tozer hace algunas décadas. En el flujo de los temas planteados por Santiago, habla primero de la gracia de Dios (4: 6), entonces la humildad (4:10) y luego su fruto -no juzgar a los demás (4:11).

Santiago 4:10 habla de la humildad,

10 Humillaos en la presencia del Señor, y él os exaltará.

Santiago implica que los que realmente entienden la gracia de Dios verán su fruto, que es la humildad. Los hombres pueden hablar de la gracia de Dios, pero si falta la humildad, también falta su comprensión de la gracia. Sin embargo, la verdadera humildad también se hace evidente para todos por su propio fruto. Santiago nos dice que el fruto de la humildad es no juzgar a los demás.

Aquellos que no entienden realmente la Ley son propensos a ser críticos. He observado una extraña paradoja en mi estudio de la Ley. Cuanto menos se entiende la Ley, menos se entiende la mente de Dios. El verdadero entendimiento de la Ley de Dios se demuestra por la humildad, no por el orgullo.

Por lo tanto, Jesús señaló que muchos de los escribas y fariseos como ejemplos de los que afirmaban conocer la ley, pero estaban llenos de orgullo. Por ejemplo, leemos en Lucas 18: 9-14,

9 Y dijo también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos, y miraban a los demás con desprecio:
10 Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. 11 El fariseo, de pie, oraba consigo mismo de esta manera: "Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros, ni aun como este recaudador de impuestos. 12 Ayuno dos veces a la semana; pago el diezmo de todo lo que gano". 13 Pero el recaudador de impuestos, de pie a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "Dios, sé propicio a mí, ¡pecador!"
14 Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece será humillado, pero el que se humilla será ensalzado.

La Ley fue diseñada, no para hacerlo a uno orgulloso, sino para hacerlo a uno humilde. Fue diseñada para exponer la norma perfecta de la mente de Cristo, en contraste con la intención de la carne del hombre. Cuando vemos ese contraste, no podemos dejar de ser humillados.

Los que ganan una posición exaltada pueden tener razones para estar orgullosos de sí mismos. Pero todos los que obtienen una posición solo por gracia sólo pueden aceptar con humildad y lágrimas.

Los que están satisfechos con su propia justicia ante la Ley están sin Ley y no se dan cuenta. Ellos han llegado a aceptar un entendimiento equivocado de la Ley, es decir, "las tradiciones de los hombres". Tales hombres utilizan la Ley legalistamente, más que legalmente. Pablo escribió en 1 Tim. 1: 8,

8 Pero nosotros sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente.

Los fariseos usaron la Ley de manera ilegal, porque la mayoría de ellos eran legalistas. El legalismo es una aplicación de la ley hecha por el hombre. El legalista es rápido en juzgar a otros con el fin de exaltarse así mismo.


¿Cómo los hombres juzgan la Ley

Los hombres juzgan la Ley de varias maneras. Hoy en día nos encontramos con muchos líderes religiosos haciendo juicios sobre la Ley, como si se tratara de una cosa mala, o el en el mejor de los casos, irrelevante en una Era de la Gracia. Pero en el tiempo de Santiago, pocos cristianos tenían ese punto de vista. Las Escrituras por lo general asumen que sólo los no creyentes están sin Ley, aunque siempre amonestan a estar atentos a los lobos vestidos de ovejas (Mat. 7:15).

La preocupación de Santiago no era por la conducta ilegal flagrante, sino por una variedad más sutil que se encuentra a menudo en la Iglesia.

11 No habléis unos contra otros, hermanos. El que habla mal de un hermano o juzga a su hermano habla en contra de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez de ella.

Cada vez que un creyente no está de acuerdo con la Ley, la juzga equivocada y presume de ser él la propia Ley. Santiago nos da un ejemplo común de esto en que los creyentes suelen juzgarse unos a otros de manera ilegal.

La Ley Divina aplica a todos los hombres de forma individual, y en consecuencia se esperaba que todos pudieran vivir en armonía con sus vecinos. Por otra parte, las sentencias de la Ley se colocaron en las manos de los sacerdotes que actuaban como jueces en la Tierra. Se suponía que los individuos trataran de resolver su conflicto, pero si ellos no podían llegar a un acuerdo, debían llevarlo a la puerta de la ciudad, donde los jueces se reunían en audiencia pública.

12 Sólo hay un dador de la ley, el que es capaz de salvar y perder; pero ¿quién eres tú que juzgas a tu prójimo?

Los jueces representaban a Dios y se suponía que daban el veredicto de Dios. Por lo tanto, se suponía que conocían la Ley y la mente del dador de la Ley con el fin de dar un veredicto justo.

En esto, Santiago suena mucho como el apóstol Pablo, especialmente en Romanos 14: 4,

4 ¿Quién eres tú para juzgar al criado de otro? Para su propio señor está en pie, o cae; y de pie se mantendrá, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme.

Pablo ya había sentado las bases de esta instrucción antes en Romanos 12:19,

19 No os venguéis vosotros mismos, amados, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque está escrito: "Mía es la venganza, yo pagaré", dice el Señor.

La Ley de Dios prohíbe a los hombres juzgarse uno al otro sin tener que pasar a través de los canales adecuados de gobierno divino. Dios sí estableció jueces en la Tierra, que fueron instruidos para juzgar las disputas de los hombres como portavoces del mismo Legislador. No debían emitir juicios de acuerdo a sus propias opiniones, deseos, o la comprensión. Por lo tanto, el juicio que se suponía que debían hacer no era el de ellos, sino el de Dios, ya que representaban a Dios mismo.

Cuando los hombres tomaban venganza por su propia cuenta, estaban fuera de orden. Toda la injusticia debía ser recompensada en manos de la Corte Divina y los jueces que representaban a Dios mismo. Es lamentable que nuestra palabra castellana "venganza" ahora tiene connotaciones de una venganza personal, cuando en realidad estaba destinada a prevenir este tipo de venganzas. A través de sus jueces en la Tierra, Dios confirmaba los derechos de los que habían sido víctimas.

Parece que es un principio básico de la naturaleza humana contraatacar a nivel personal. Es algo común entre los niños de todo el mundo, y si no aprendemos el espíritu de la Ley, nunca podremos crecer para salir fuera de él. Es común pensar que tenemos un derecho inherente a represalia o venganza cuando los demás nos hacen injusticia. Pero Santiago dice que si hacemos esto, hemos juzgado tanto a la Ley como al Dador de la ley. Levítico 19:18 dice,

18 No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo; Yo soy el Señor.

Una vez más, la Ley dice una segunda vez en Deut. 32:35 y 36,

35 Mía es la venganza y la retribución; a su debido tiempo su pie resbalará, porque el día de su calamidad está cerca … 36 Porque el Señor juzgará a su pueblo...

Por lo tanto, si se toma la justicia en nuestras propias manos (excepto en defensa propia directa), y se niega acatar el procedimiento legal establecido por Dios, juzgamos no sólo la Ley, sino al Legislador también. Es como si dijéramos: "Dios, no hizo lo correcto en este asunto, así que yo voy a hacer la corrección y hacer lo que es correcto para compensar Su error".

Santiago nos dice que si usted hace esto, "usted no es un hacedor de la ley, sino juez de ella" (4:11).


La Ley del Amor

Vemos, entonces, que la propia Ley nos manda a amar a Dios y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Esta Ley del Amor no comenzó con el Nuevo Pacto, sino que se ordenó desde el principio. Esto es lógico, ya que Jesucristo fue el dador de la Ley en los días de Moisés y emitió Su legislación bajo el nombre de Yahweh. Su carácter es inmutable y no puede ser mejorado. El amor era, por tanto, la base de toda la Ley, y por lo tanto, Pablo escribe en Rom. 13:10,

10 El amor no hace mal al prójimo; por lo tanto, el amor es el cumplimiento de la ley.

Por desgracia, los escribas y fariseos no conocían la mente del Legislador, por lo que la mal aplicaron de acuerdo a sus motivos egoístas. Ellos interpretaron la Ley en el sentido de que debían amar a sus compañeros judíos o israelitas, pero pensaron que podían retener el amor hacia los extranjeros. Del mismo modo, muchos creyeron que la Ley exigía justicia sin piedad, por lo que la justicia se convirtió en un deber que no preveía ninguna gracia.

No entendieron el principio subyacente de que la víctima siempre tiene el derecho de extender la gracia al pecador. Si bien la Ley no tiene poder para reducir una sentencia de la Ley, la víctima está plenamente facultada para hacerlo. Un ladrón condenado por la Ley debe pagar una indemnización completa a su víctima, a menos que la víctima le extienda su gracia, ya sea mediante la reducción de la deuda o eliminándola por completo.

Tal gracia era el fundamento de la Ley Bíblica, incluso bajo el Antiguo Pacto, pero no se entendió bien hasta que el Nuevo Pacto fue instituido. Jesús demostró este principio en la Cruz, donde, como la mayor víctima de todos, Él dijo: "Padre, perdónalos; porque ellos no saben lo que están haciendo" (Lucas 23:34). Como la Víctima por el pecado del mundo, obtuvo el derecho legal para extender la gracia a todo el mundo (1 Juan 2: 2).

Este fue un principio de la Ley que no se entendió bien bajo el Antiguo Pacto. Por lo tanto, muchos cristianos piensan que es exclusivo de la Nueva Alianza. No se dan cuenta de que la Ley se aplica a nosotros bajo ambos pactos. La única diferencia es que el Antiguo Pacto hacía de obediencia del hombre un requisito previo a la obtención de la vida inmortal, mientras que el Nuevo Pacto puso condiciones únicamente a Dios mismo (Heb. 8: 8-12). Por lo tanto, nuestra salvación ya no depende de nuestra propia capacidad de guardar la Ley, sino en la capacidad de Dios para cumplir Su promesa de vencer todo el pecado del mundo.

En la Era de la Pascua (desde Egipto a la Cruz), la luz era tenue. En la era de Pentecostés la luz se incrementó en gran medida. Sin embargo, a medida que llegamos ahora a la Era de los Tabernáculos, la luz ilumina totalmente la Ley para que podamos entenderla y aplicarla con toda la gloria de la mente de Cristo.

A medida que se obtiene una mayor comprensión, vemos con mayor claridad la unidad entre Pablo y Santiago, a pesar de que servían a diferentes audiencias. Vemos que ambos hombres honraban la Ley y la Gracia entre sus preceptos. Pablo enfatizó la gracia a su audiencia; Santiago hizo hincapié en la Ley a su audiencia, pero extrae sus enseñanzas de la misma Palabra viva. Ambos predicaban el Evangelio de Jesucristo.


Bajo mi punto de vista, siempre y cuando no entendemos completamente la unidad entre Pablo y Santiago, nuestro punto de vista está todavía sesgado en una u otra dirección. Entender los escritos de ambos hombres es obtener el balance de comprender el Evangelio completo.

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